LA MUJER ESCONDIDA EN LA TAPA

La historia de Iris Alba y las dos tapas de «Cien años de soledad»

Por Julián Axat

Acaba de fallecer Vicente Rojo, a los 89 años. Vicente, mexicano por adopción, fue uno de los grandes artistas y diseñadores pertenecientes de las vanguardias estéticas de los 50/60. Como bien señala en su homenaje en redes y diarios, a Vicente se lo conoce por su famoso diseño de tapa de Cien años de soledad, el libro cumbre de Gabriel García Márquez, editado por Sudamericana el 30 de mayo de 1967 y que rápidamente se transformó en un best-seller.

Pero aquí se comete una gran injusticia, pues en realidad, aquella portada de Vicente fue la segunda, y lo que casi nadie conoce y –en rigor de verdad– ha quedado en el más absoluto olvido, es que la tapa de la primera edición pertenece y fue realizada por una mujer: la artista plástica argentina Iris Alba, conocida entonces como Iris Pagano.

Iris nació en el barrio de Flores en 1935, hija de Pilar Losilla y Arturo Alba. Con una fuerte sensibilidad y vocación por la plástica, el diseño, la cerámica; luego de recibirse en el colegio de arte Fernando Fader y de algunos trabajos ocasionales, partió recién casada junto a su primera pareja, Humberto Pagano, rumbo a New York donde vivió entre 1957 y 1959. Allí vivió cerca  la “gran manzana” tomando contacto con muchos de los artistas del pop art, como Stuart Davis (1894-1964) y Andy Warhol (1928-1987) y tantos otros. Allí, logró ingresar en la agencia Walter Thompsom, en plena “época de oro” de la publicidad, que tanto la influyó en sus posteriores trabajos.

A principios de los 60´ Iris Alba se incorporó al staf de la editorial Sudamericana, con una propuesta de diseño de tapas más arriesgado y cercanas a la estética pop de la que se había nutrido en el norte. Así, entre 1966 y 1967 Alba compuso una veintena de tapas, entre ellas las de El banquete de Severo Arcángelo (1965), de Leopoldo Marechal, Nosotros dos (1966), de Néstor Sánchez, y Envíos (1966), del poeta Alberto Girri.  La locura ante todo, de Violette Leduc, y Las pelucas, de Angélica Gorodischer, ambas de 1968. También compuso algunas tapas para la editorial Sur, entre ellas las de Los comediantes (1966), de Graham Greene, y La sabiduría del corazón (1966), de Henry Miller. ¡Hip… Hip… Ufa! (1967) de Dalmiro Sáenz, y Teatro (1971), de Francisco “Paco” Urondo, El libro del ello (1968), de Georg Groddeck; etc. La mayoría de esas tapas están firmadas con las iniciales de su nombre a secas: ia.

La Editorial Sudamericana, fundada por el grupo Sur de Victoria Ocampo en 1938 y dirigida desde 1939 por Antonio López Llausás –propietario de la librería Catalonia en Barcelona y exiliado durante la Guerra Civil española (1936-1939) en la Argentina- ya era hacia comienzos de la década del 60 la más importante del país y una de las más importantes de habla hispana. Sudamericana formaba parte del numeroso grupo de editoriales fundadas en la Argentina por exiliados españoles, como Losada, Aguilar, Emecé y otras más pequeñas, entre ellas Santiago Rueda y Botella al Mar

En el año 1967, la decisión del propio García Márquez será que su amigo Vicente Rojo sea el creador de la portada de Cien años de soledad. Ocurre que el artista deja correr el tiempo y la tapa se demora en la entrega. Por lo que la editorial Sudamericana, apurada en que el libro salga a la calle, le encarga a Iris Alba realizar un trabajo de tapa para la primera edición. Es así como Iris Alba (entonces conocida como Pagano) lleva a cabo el diseño del galeón, que rápidamente sale a la calle y se agota; por lo que –ya llegada la tapa de Rojo para sucesivas ediciones- hace que la primera tapa quede en el olvido.

En las páginas de Tras las claves de Melquíades (2001), la gran biografía de Cien años de soledad, Eligio García Márquez, su autor y hermano de Gabriel García Márquez, evoca las circunstancias que rodearon a la primera edición de la novela, en mayo de 1967. Dice Eligio: “… De manera que cuando los bonaerenses se acercaron ese lunes (y los siguientes de la semana) a las decenas, no menos de cien de quioscos de la ciudad, en busca de las noticias (…) se encontraron también con un libro de portada exótica: la de un galeón español flotando en medio de una selva por encima de tres estilizadas flores anaranjadas. La vegetación más que verde era azulada, al igual que el galeón. Como alguien diría después, ni la idea ni la ejecución del diseño eran extraordinarias, pero allí estaba el libro, su tapa, como se dice en Argentina, intentando imponer su presencia en medio de esa otra selva, la de las diversas, variadas y agresivas publicaciones callejeras… De Iris Pagano nadie daba noticias por esos días, ni en la editorial, ni en Buenos Aires, ni en el resto de Argentina”.

De este modo, sin proponérselo, Eligio García Márquez ejecuta un acto de justicia al inscribir el nombre de Iris Alba en la historia de la primera edición de Cien años de soledad. En realidad, lo que hizo fue reinscribir el nombre de Alba en la historia del diseño gráfico y editorial en la Argentina. No podemos saber qué hubiera hecho la actual Ramdom House Mondadori de no haber existido la mención de Eligio al momento de publicar la edición homenaje por los 50 años de Cien años de soledad, en 2017, pero a la luz de ediciones conmemorativas anteriores, en donde no se cuenta la historia de las “dos tapas”, cabe pensar que muy probablemente el nombre de Alba (o Pagano) seguiría ausente.

La portada de aquella primera edición de Cien años de soledad, diseñada por Iris, retoma varios de los recursos empleados por ella en otras tapas, como el empleo de fotografías, grabados antiguos, y la inclusión del dibujo propio. Frente a otras tapas, la primera de Cien años de soledad ofrece una mayor superposición de elementos y planos, como si la autora hubiese buscado exponer todos los datos posibles sobre la novela, como intentando “una síntesis total de la obra”: el fondo de selva como elemento narrativo central; el galeón evidenciando la irrupción de lo mágico y, al mismo tiempo, el dato histórico de la conquista y la colonización; y las flores amarillas, en primer plano, emergiendo como desde el suelo, que evocan una de las metáforas más reconocibles del libro.

El trabajo de Alba es, particularmente singular por su condición de mujer en el contexto del diseño editorial de los años 60, y en términos más amplios, en un área como el diseño gráfico, que aún hoy sigue presentando importantes disparidades de género. Iris, es la mujer olvidada y escondida en aquella primera tapa del gran libro de García Márquez. En su trayectoria posterior, está también haber conocido al poeta  y militante Miguel Angel Bustos (1932-1976), de quien se enamoró perdidamente, se volvió a casar y con quien tuvieron un hijo, el poeta Emiliano Bustos nacido en 1972 (gran parte de este texto lo he tomado prestado de su investigación inédita “Iris Alba: un arte de tapa ausente”).

Miguel Ángel Bustos desapareció en 1976, en su domicilio. Iris, como su compañera, sufrió en carne propia el terror de Estado y sus consecuencias. Este desconocimiento, “anonimato” o invisibilidad al que fue sometida  tiene que tener algún tipo de relación con su condición de sobreviviente de la última dictadura cívico-militar argentina. Luego de ser despedida de Sudamericana, en 1976, después del secuestro y desaparición de su esposo miguel Ángel, quien también padeció similar operación hasta que su obra fue reunida en 2008.

Por estos días, todos los medios hablan del creador de las tapas de Cien años de Soledad, pero con suma injusticia, olvidan a Iris Alba (¿A esta altura, podemos decir que hubo –también– un arte de tapa  desaparecido?).  

Iris Alba, murió en 1993.

Nota Publicada en diaro Pag/12, el 20/3/2021: https://www.pagina12.com.ar/330631-la-mujer-escondida-en-la-tapa

Iris Alba, en su estudio de la editorial Sudamericana, 1967

NUEVO LIBRO: EL HIJO Y EL ARCHIVO

En esta oportunidad, Julián Axat transcribe la introducción a la reciente publicación de su último libro “El Hijo y el archivo”, un ensayo sobre temáticas de memoria, literatura y derechos humanos.

El libro “El Hijo y el archivo”, de reciente aparición (editorial GES), recorre una parte de mi trayectoria en estos últimos diez años. Lo he titulado así, parafraseando el clásico de Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz: el archivo y el testigo; cuyas temáticas no son ajenas al tipo de obsesiones desplegadas y donde el lugar del archivo es la condición vicaria de reconstrucción de la identidad ante la propia catástrofe.

El concepto de archivo (arché) es el grado de atracción que ejerce en mi historia la necesidad de reconstruir sentidos, a partir de una búsqueda de materiales, registros y pruebas. Algo que me represente. Encontrar las piezas que otorguen cierto orden o un decir; ya no a mi individualidad, sino a una pertenencia generacional colectiva frente al pasado (¿todavía existe o es pensable un sujeto político colectivo?). De allí que uno de los temas que atraviesan las notas esté dado por la búsqueda de tópicos (manifiestos) que impliquen afirmaciones más generales (un “nosotros” más que un “yo”).

El libro recoge una selección de breves ensayos publicados en prensa: diarios, blogs y revistas entre 2012 y la actualidad, que, a la vez, expresan cuatro lugares o tiempos que se cruzan en mi trayectoria:

Un primer rol como defensor oficial de pobres y ausentes ante la justicia de menores de la provincia de Buenos Aires (que ejercí entre 2008/2014). Notas sobre la violencia institucional que reciben a diario miles de jóvenes por su condición social y de clase. Impresiones sobre esos breves encuentros entre abogado y defendido.

Un segundo rol, el de funcionario que escribe y participa en las discusiones sobre la democratización de la justicia, en especial a partir de mi experiencia como Director del “programa ATAJO” en la Procuración General de la Nación (2014/2020); así como miembro activo del “Colectivo Justicia Legítima”.

Un tercer lugar como hijo de Rodolfo Jorge Axat y Ana Inés della Croce, detenidos-desaparecidos desde abril de 1977, en particular durante el tiempo que fui querellante en el juicio a la causa del CCD “La Cacha” llevado a cabo en La Plata entre 2013/2014. Reflexiones que van desde mi lugar en el juicio, a consideraciones sobre el lugar del testigo, las Madres, la poesía, la ESMA, el rescate de la memoria, el horror y el hecho de juzgar el Mal radical.

Por último, la escritura de misceláneas en un intercambio de registros entre poesía, derecho e historia. Temáticas que me obsesionan desde siempre, en ese cruce —si acaso resulta posible— entre literatura y derechos humanos.

Por eso, en función de la variedad de todos estos temas, he resumido el corpus como notas sobre poesía, justicia y derechos humanos. Es decir, un recorrido de cuatro partes, que viaja a toda velocidad entre los juicios de lesa humanidad a la democratización de las instituciones judiciales. De la justicia a los menores de edad criminalizados, a ciertos problemas de la historia y la justicia poética.

Más allá de la transversalidad en su abordaje, o los cambios abruptos de registro/tiempo, no dejan de ser mis constantes obsesiones transformadas en apuntes de opinión que se van escribiendo sobre la marcha de la coyuntura y que, a la vez, indagan/interpelan la estructura social o me permiten reflexionar sobre el trabajo cotidiano desde una perspectiva militante.

Libro de Julián Axat, “El Hijo y el archivo”. 345 Págs., editorial GES, 2021. Con prólogo de Jorge Halperín y contratapa de Hebe de Bonafini.

Ilustración de tapa, Banksy.

Se puede adquirir escribiendo aquí.

Hay una cigarra que canta

Julián Axat continúa con la entrega semanal de sus aguafuertes “memorias de un defensor de pibes”. Esta vez, el recuerdo del caso Omar Cigarán, un asesinato que acaba de cumplir 8 años, ocurrido en la zona del barrio hipódromo de La Plata, a manos de la policía bonaerense. La lucha de su mamá Sandra por que se sepa la verdad, un juicio cargado de irregularidades y una sentencia con olor a impunidad.

A Sandra Cigarán, 

que con su lucha no pierde la esperanza

Omar cigarra, /se hizo presente por su sonido rechinante, /una noche que despertó a su madre/ de un mal sueño /y la guió, /hasta otras cigarras que querían ser escuchadas. /Omar cigarra, /vibra su abdomen /y las multiplica hasta convertirse /en un zumbido abrumador /que mantiene en vela/ a la lista amplia de traidores (…) Omar cigarra, /susurra tanto que tenemos que decir tanto. (…) No dejes de vibrar nunca…

Así comienzan los versos escritos por el poeta y periodista platense Juan Salvador, dedicados a Omar Cigarán. “Omar Cigarra” canta, susurra una historia terrible. Es un canto que nos despierta, que nos quita la neblina de los ojos; pero también mantiene en vilo a sus perpetradores. A los traidores y cómplices. A todos los que no quieren mirar la verdad.

Por eso “Omar Cigarra” canta.  Canta, hasta tanto no haya justicia. Es un susurro que viaja a los oídos. Re-tumba.  La historia de ese canto, dice más o menos así:

SEGUIR LEYENDO ACÁ: https://www.elpaisdigital.com.ar/contenido/hay-una-cigarra-que-canta/30245

un fiscal cerca de la gente (en memoria)

Conocí a Jorge Di Lello hace varios años, yo había ingresado al Ministerio Público Fiscal luego de una tarea como defensor de pobres y ausentes en la provincia de Buenos Aires, y ahora asumía la –difícil– tarea de llevar las fiscalías a los barrios, algo inédito, que nadie lo había hecho hasta entonces y que la doctora Alejandra Gils Carbó fijó como una pauta central de su política institucional. La experiencia de un fiscal como Jorge Di Lello fue para mí imprescindible para poder crear esas oficinas.

SEGUIR LEYENDO, NOTA EN PAG/12: https://www.pagina12.com.ar/326843-un-fiscal-cerca-de-la-gente

Asesinato en Punta Indio

Julián Axat retoma la entrega semanal de sus aguafuertes “memorias de un defensor de pibes”. Esta vez, el recuerdo del caso Sebastián Nicora, el extraño asesinato de este adolescente ocurrido hace 8 años en una playa desolada de Punta Indio, que aún continua impune. La lucha de su mamá Fernanda, quien falleció hace cuatro años, sin poder ver esclarecido el caso, a pesar de las pistas, que todavía conducen a la policía bonaerense.

“Fueron hallados varios cuerpos NN sobre las playas de Punta Indio”. Así titulan algunas crónicas policiales de recortes de diarios de 1977 que todavía poseo en mi archivo. Si no fuera porque una base aeronaval se encuentra a menos de un kilómetro y porque todo lo que es arrojado desde los aviones, el río lo devuelve a sus costas, no podría dar por sentado que, en ese lugar, se esconde algo ominoso que se proyecta sobre el presente. Pues exactamente treinta y seis años después, en el mismo lugar que llegaban esos cadáveres de personas desaparecidas que eran arrojadas al río por los vuelos de la muerte, apareció el cuerpo sin vida de un adolescente de 16 años, con signos de violencia.

Esto sucedió la mañana del 15 de febrero de 2013. Y el cuerpo era el de Sebastián Nicora.

SEGUIR LEYENCO ACÁ: https://www.elpaisdigital.com.ar/contenido/asesinato-en-punta-indio/30058

La hermosa jaula del soneto

En lecturas para el verano, Julián Axat escribe sobre el poeta Gustavo García Saraví (1920-1994), miembro de la llamada “generación del 40”, quien dejó sus influencias en la poesía local y una inmensa obra que todavía se consigue en librerías de viejo, y que recuerdan a otros tiempos de la ciudad de La Plata, su estancia en Misiones, España, y sus viajes por el mundo.

LA HERMOSA JAULA DEL SONETO

En lecturas para el verano, Julián Axat escribe sobre el poeta Gustavo García Saraví (1920-1994), miembro de la llamada “generación del 40”, quien dejó sus influencias en la poesía local y una inmensa obra que todavía se consigue en librerías de viejo, y que recuerdan a otros tiempos de la ciudad de La Plata, su estancia en Misiones, España, y sus viajes por el mundo.

Gustavo García Saraví (1960)

Gustavo García Saraví nació en la ciudad de La Plata en 1920 y murió en Buenos Aires el 19 de mayo de 1994.  Como poeta forma parte de ese nutrido grupo de poetas platenses que ejercen de abogado al mismo tiempo que desarrollan su vocación poética. En esta estirpe, la poesía está primera que el derecho. La abogacía es una mera circunstancia laboral, una suerte de profesión subalterna o menor. La poesía lo es todo.

Mi vínculo con este poeta, al que obviamente no conocí, pero a quien sí leí apasionadamente, está en esa búsqueda entre la razón, palabra, el giro neorromántico, el trabajo con el soneto. La forma y la imagen del pensamiento en el proceso de escritura. Después está mi afecto hacia su familia, en especial alguno de sus nietos, con quien trabajé alguna vez o fui compañero de colegio o facultad, y son –en definitiva– quienes mantienen vigente su memoria y legado. A ellos, dedico esta semblanza.

*

El sonetista de América

García Saraví, es considerado un poeta de la “generación del 40” (en La Plata los que sucedieron a los poetas de la llamada “primavera trágica” como Ripa Alberdi, Delheye, López Merino, Alberto Mendióroz, entre otros, y luego dieron lugar a Roberto Themis Speroni, Alberto y Horacio Ponce de León, Silvetti Paz, César Corte Carrillo, Ana Emilia Lahitte).

De espíritu escéptico, cultivó tanto el soneto y como el verso libre. Aunque tuvo predilección por el primero, quizás como influencia de aquella generación del 40 con la que comparte el gusto por las formas más tradicionales. Dicha forma (el soneto) constituye, sin duda, su favorita y en ella demuestra una gran agilidad y virtuosismo.

Bautizado por Jorge Luis Borges como “el gran  sonetista de América”, el soneto no será una jaula que lo limite, sino un espacio para ejercer en su interior la proyección más plena de la libertad creativa. No en vano es autor de una Historia y resplandor del soneto (Municipalidad de La Plata, 1962).

Soneto para las iniciales grabadas en un árbol

¿Qué dedos, qué suspiros, qué mensaje,

qué silencio con lilas, qué limpieza,

qué rosado mal gusto, que simpleza

son esta savia dura, este tatuaje?

¿Qué buscados crepúsculo y follaje

con nubes o palabras, qué promesa

de corazón nacido en la corteza,

qué boca y juramento, qué homenaje

son estas cicatrices, esta muerte

de vanas consonantes, esta suerte

definitivamente abandonada?

Letras que el tiempo roe como a un hueso,

máscara vegetal, gastado beso,

endurecida fe, última amada.

*

Spleen en La Plata

Como bien dice el hispanista Luis Caparrós Esperante, en un andamiaje formal de corte vallejiano, no participa Gustavo García Saraví de la ternura desolada, del escalpelo aguzado y concreto con que Vallejo desarma la raíz de las ficciones que lo rodean y que desintegran -a su vez- su propio lenguaje (no se embarca en la aventura de la invención de palabras). Hay más ironía de burgués porteño que desolación crítica, como es lógico en un abogado que lleva consigo el Spleen de La Plata.

Su pluma abordó los temas más diversos, como el amor, la familia, la soledad, el tiempo, la vejez, la muerte, la patria, los héroes, la injusticia social, y lo hizo, unas veces, con dolorido acento y, otras, con ironía impiadosa. Las enumeraciones objetuales en las que mezcla elementos de lo cotidiano con los abstractos —en un, mismo plano—, el tono tristemente sarcástico, la melancolía, la obsesión por los números y las cifras, entre tantas otras huellas. Durante varios años, vivió en Posadas, Provincia de Misiones, ciudad que lo declaró Huésped de Honor en 1992, y en la que escribió muchos de sus poemas dedicados a esa tierra y a su gente.

Entre sus obras podemos mencionar los siguientes libros de poesía: Tres poemas para la libertad (1955), Monografía para mi muerte y otras soledades (1956), Los sonetos, (1958), Los viajes (1960), Sonetos de amor (1963), Con la patria adentro (1964), Del amor y los otros desconsuelos (Prólogo de Jorge Luis Borges, 1968), Libro de quejas (1972), Cuentas pendientes (1975), Cuadernos del Ecuador (1976), Segundas intenciones (1976), Salón para familias (1977), Última instancia (1979), Ensayo general (1980), Escalera de incendio (1981) y Puerta de embarque (1986).

Como reconocimiento a su labor poética, la editorial madrileña Empeño 14 dio a conocer en 1981 sus Obras completas, con introducción de la hispanista Sara M. Parkinson «la dilecta inglesa de Pozuelo de Alarcón», en palabras de García Saraví; de unas 136 páginas, lo que constituye —si no bastasen sus méritos— una obligada referencia para cuantos se acerquen a la obra de este gran poeta.

La obra completa de García Saraví, editada en Madrid

Recibió, asimismo, numerosas e importantes distinciones, entre ellas: Primer Premio de Literatura de la Provincia de Buenos Aires (1952), Premio Internacional de Poesía del diario La Nación (1963), Premio Regional y Nacional de Poesía (1974 y 1977), Premio Internacional de Poesía Leopoldo Panero (1981), Premio José Luis Núñez (1981) y Diploma al Mérito de la Fundación Konex (1984). En 1990, la Municipalidad de La Plata lo designó ciudadano ilustre.

*

La voz del poeta

En el año 1961 el Archivo de la Palabra de Radio Universidad Nacional de La Plata, grabó a García Saraví. El audio presenta algunas deficiencias de sonido, pero se alcanza a escuchar la voz del poeta leyendo sus siguientes poemas: «Qué pesadumbre el aire», «Balada de verano para el oso blanco del circo», «Qué amor, qué extraño amor», «Monografía para mi muerte», «Soneto para mis sonetos torturantes».

El audio puede escucharse aquí: http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/32741

*

Selección de algunos poemas

Siempre cuenta el poeta Néstor Mux que hubo durante muchos años en La Plata, un estudio jurídico inolvidable, y fue el que tuvieron los poetas Gustavo García Saraví y Horacio Ponce de León. Néstor Mux recuerda que la condición para ir a ese estudio y mantenerse un tiempo allí era hablar exclusivamente de poesía… Ahí iban con Roberto Themis Speroni y siempre terminaban comprando unos sándwich de miga y hablando de poesía con los abogados…. Cuando sonaba el timbre y era algún cliente nuevo, alguno de los dos atendía el portero eléctrico y les avisaba: “los doctores no están, venga mañana por favor…”

En tal sentido,he seleccionado aquí algunos poemas de la obra completa de Gustavo, que me interesaron y que giran en torno al problema de “lo jurídico” y “lo poético”, en especial la cuestión del proceso a Oscar Wilde.

Quiroga, Juez de Paz

“…yo Juez d Paz de San Ignacio,

fallo y sentencio…”

Si uno lo quiere, don Horacio

escribe en silencio.

Palacio de Justicia en Múnich

En el palacio de Justicia, veo

cuanta injusticia existe, acumulada

a través de los siglos y asentada

debidamente en fallos, zigzagueo

de la astucia del hombre y su deseo

de hacer de la verdad una intrincada

mentira, y de la luz una ensalzada

sombra. (¿Por qué será que siempre leo,

inclusive sin letras o vocablos,

la iniquidad, la firma de los diablos

en los infolios, la crueldad, las duras

togas sin toga adentro ni perdones,

simples pelucas, honras de imposturas,

azar entre cigarros y empellones?)

Código

La pena capital

para el que corte un árbol

o mate un animal.

El juez que condenó a Wilde

“… la jaula de la justicia de los hombres” O. Wilde

“… la justicia es la más preciada de las virtudes”  Santo Tomás de Aquino

Escribo, exclamo, juro sin ambages,

lo grito a viva voz, hago sentencia

de este clamor: usted es la inclemencia,

el color negro, todos los salvajes

del mundo en uno solo, solo viajes

de mosca hasta la ley, esa indecencia

de la imaginación y la creencia

que existe la equidad o sus ropajes

Usted es la venganza y la injusticia,

la impiedad en el acecho, la sevicia,

la toga de juguete, y sobre todo

su condena –dos años de trabajos

forzados– pus, veneno, azufre, lodo

sobre el nenúfar, brea, escupitajos.

Para Mr. Carson, defensor del padre

Lord Douglas

Cicerón: “la primera obligación de la justicia es no hacer mal a nadie”

C. Hare: “las vestiduras judiciales son capaces de conferir dignidad y arrogancia a la figura de menor gallardía”

Acepto por un rato –le concedo el favor

de las dudas, un sonriente

y dudoso favor– que es evidente

su asco por el culpable (aeda, aedo,

dos expresiones cursis que no puedo

reemplazar por otras) y no miente

cuando lo acusa, inquiere y lleva frente

a la ignominia, el deshonor y el miedo

Inclusive le acepto su inclemencia

por un ex condiscípulo , un notable

inmoral, un corrupto, una excrecencia

Al fin y al cabo el tiempo, inexcusable

Juez, sentenciará: usted es el culpable,

Vejado vejador. Wilde, la inocencia.

El poeta, a mediados de los 80

Julián Axat, es escritor y abogado

SEGUIR LEYENDO ACÁ: https://www.elpaisdigital.com.ar/contenido/la-hermosa-jaula-del-soneto/30155